deformadas sus ramas por la tierra,
traspasadas por el sol, en viejos campos
que en épocas remotas, por septiembre,
fueron vid primera en la memoria.
Parece que dormitan, sin embargo,
crecen y crecen tierra abajo,
afianzando la acechanza continua
de un olvido. Fantasma de la noche
en que la luna su mirada desgarra.
Parece que dormitan, y no alcanzan
sus toscas ramas por el medio día;
y la vista reposa en cada hoja.
Más translúcidas - perlas verderonas-,
ya se asoman prudentes por el sueño.
Parece que dormían, hasta estallan,
refulgen, aparecen, regresan del verano,
y a pesar del silencio de la tarde,
reclaman y reprochan el olvido
de saberse doradas, licuadas... bendecidas.
Inés María Guzmán
Esta poesía de Inés María Guzmán habla de la vid en sí misma, y no del vino, como si se tratara de un ave fénix capaz de resurgir de sus cenizas al llegar la primavera.
La cepa, al inicio del poema, se presenta como un triste recuerdo de lo que en un día fue. Un ser que en septiembre estaba rodeado de gloria, y en pleno esplendor ahora se presenta como un ser dormido, lúgubre o incluso fantasmagórico con la apariencia de haber sido maltratado por la misma tierra o por el mismo sol que en su día le concedieron su gloria momentánea.
Sin embargo, la vid, en apariencia durmiente, tan sólo espera su oportunidad para poder resurgir de nuevo: ahonda aún más sus raíces en la tierra que la vio nacer, a la espera de la llegada de la primavera, su oportunidad dorada, para poder alzarse de nuevo en todo su esplendor como si hubiera sido bendecida con el mayor de los dones.
Esta poesía, en mi opinión, es especialmente bonita porque relaciona lo efímero con lo eterno, como es la misma naturaleza de la vid (y la vida misma), que a lo largo de su ciclo natural reposa en invierno y pierde la gloria de días pasados, tan sólo para poder volver con más fuerza en la primavera siguiente.
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